Pep Guardiola: "No podíamos fallar"Guardiola recuerda con detalle el 20 de mayo de 1992, desde el desayuno hasta la fiesta final
El día fue largo, demasiado largo. Desayuno, pasar el rato, la comida, una breve siesta en la que era imposible conciliar el sueño… Yo estaba leyendo un libro que me había propuesto terminar antes de la final. Lo había comprado al principio de la temporada, solo le pedí al librero un libro muy gordo, no me importaba cuál, solo que fuese un poco romántico. Con ese libro quería pasarme los viajes y las concentraciones de la Copa de Europa. Me dio Bella del señor, de Albert Cohen, tenía unas 600 páginas. Lo terminé poco antes de subirnos al autocar que nos condujo a Wembley. El final, tan bello, me provocó piel de gallina, piel de gallina que me llevé hasta el autocar.
Cruyff dio la alineación muy pocas horas antes del partido, justo antes de subirnos a ese bus. No hizo nada especial, solo tenía un rotulador y una pizarra. Johan no se complicaba demasiado las cosas, lo hacía todo sencillo. Dio la alineación, trazó tres o cuatro flechas, dijo algo de cubrir a Mancini, Vialli y Lombardo, los marcajes de Chapi, Nando y Juan Carlos, y ya está. Nunca le metió mucha presión al partido, ni a nosotros. Más tarde, ya en el vestuario, después del calentamiento y antes de volver a salir al césped, dijo sus famosas palabras: «Salid y disfrutad», las recuerdo perfectamente. Ya habíamos sufrido bastante durante toda la temporada para llegar hasta allí, nos dijo. Estábamos en Wembley y se había acabado el sufrimiento. «Hacedme un favor -dijo-. Mirad el césped, al público, a este maravilloso estadio y disfrutarlo».
Un chaval, y jugar la final
Para él, era muy fácil decirlo, claro. En el autocar, camino del estadio, había un silencio total. Nadie abrió la boca. Notabas la tensión. Y con todos esos jugadores tan experimentados que se cagaban, ¿cómo piensas que estaba yo? Era un chaval y estaba a punto de jugar la final. ¡En Wembley! Pura historia, el templo del fútbol, con un césped increíble. Y yo estaba ahí, con 21 añitos.
Nunca veías a Johan tenso, siempre sonreía. Precisamente antes de esa final me pareció muy relajado. A mí no me dijo nada en especial. Me había apoyado mucho al principio, cuando debuté en el primer equipo, pero cuando iba cogiendo más y más experiencia, me exigía cada vez más. Y no me parecía mal, no.
El partido no lo recuerdo muy bien, no fue un duelo espectacular, futbolísticamente hablando. Tuve la sensación de que no jugamos muy bien, pero al ver la repetición por televisión, tampoco lo vi tan mal. Jugamos como siempre, atacando, tomando la iniciativa. Queríamos el balón desde el primer momento, pero fue un partido equilibrado. Ellos tuvieron dos grandes oportunidades, pero Andoni [Zubizarreta] estuvo muy bien. La Sampdoria fue bastante defensiva, su técnico, Vujadin Boskov, les hacía jugar agresivos. Nuestra mejor oportunidad fue un balón de Stoichkov al palo.
Después de los 90 minutos seguíamos 0-0. Una final típica: poco fútbol, mucha tensión e incertidumbre. Después de la primera prórroga, seguía el 0-0 en el marcador. Yo ya pensaba en los penaltis. Y les tenía pánico. Pensaba: 'otra vez no, por favor'. Como chaval en La Masia había vivido la final de 1986, que fue un drama para el equipo, para el club, para toda Barcelona y también para nosotros, los chicos del fútbol base. Por primera vez en una final éramos favoritos, en Sevilla, ante el Steaua de Bucarest. Y hubo penaltis. Y aquel portero, Duckadam, que lo paraba todo. En Wembley todos pensamos en ello, en aquel fatídico 86, por supuesto. ¡Un club tan grande y nunca había ganado la Copa de Europa! Podíamos ser los primeros y no podíamos fallar. Otra vez, no.
Los penaltis, insoportables
Otra final decidiéndose en una tanda de penaltis. Eso hubiera sido insoportable, por la enorme tensión, la presión. En el campo, en la segunda prórroga, ya me estaba mentalizando por si tenía que tirar uno de ellos. Por mí, le hubiera dejado mi turno a Ronald [Koeman]. Mejor que los tirase él todos. Nunca fallaba. Sí, a veces, pero solo en partidos intrascendentes. Pero en los que contaban, nunca erraba, nunca. Ronald me hizo jugar mejor a mí también, siempre estaba ahí en los partidos importantes. Fue el primer defensa en el Barça que construía el juego desde atrás, sus pases fueron el fundamento de nuestro fútbol ofensivo.
Entonces llegó el minuto 111. Eusebio se fue al suelo entre dos rivales, el árbitro vio falta, tal vez por obstaculizar el balón. Koeman ya había marcado muchos goles de falta y, claro, yo esperaba que metiera este también. El fue una garantía para este tipo de estrategias, pero yo seguía pensando en los penaltis. Luego nos enteramos de que él, Bakero y Hristo habían ensayado esa falta algunas veces, sin saberlo los demás. En Wembley, estaba detrás de ellos, no muy lejos. Hristo dio el toque, Bakero paró el balón y Ronald chutó. Dos defensas abandonaron la barrera, se abrieron y por ahí entró el balón.Entró como una flecha, detrás de Pagliuca. Eso provocó una explosión de alegría, increíble. Como un solo hombre corrimos todos detrás de Ronald, hacia el córner.
Nada más marcar, me cambiaron por Alexanko. Con él, aumentamos la seguridad en defensa. Pero desde la banda, el partido no parecía acabar nunca, los últimos cinco minutos se me hicieron interminables. Después del pitido final, fue la locura total. Yo me derrumbé, tenía que vomitar, me salió toda la tensión acumulada. ¡Lo habíamos logrado! Alguna vez tenía que ser la primera y fuimos nosotros quienes conseguimos esa Copa de Europa, abriendo el camino para los que vendrían después. Siempre debe haber una primera vez. Y ya nos tocaba, estábamos preparados. Era el cuarto año de Cruyff como entrenador.
Johan estaba muy feliz, aunque seguía sin demostrar sus emociones. Jamás lo hizo. Pero también él fue consciente de la importancia de esa copa. Lo notabas en todo, en sus abrazos, en sus felicitaciones. Habíamos logrado algo histórico. Alexanko recibió la copa, le seguía Zubi, y después yo. Inolvidable, sí.
De la fiesta por la noche no recuerdo mucho. No había cenado nada y bebí demasiado. Demasiado rápido también. Enseguida estaba KO. Me fui pronto a la habitación, no tenía ganas de más fiesta. Lo más bonito, lo mejor de todo, llegó el día después. No solo el recibimiento en Barcelona, un millón de personas en las calles. Solo pensar al despertarte que éramos campeones de Europa ya te estremecía. Fue entonces cuando realmente me di cuenta de lo que habíamos hecho, del momento increíble que habíamos vivido. ¡Y en Wembley! Esa mañana me comí tres huevos fritos, me moría de hambre. Fueron los huevos fritos más buenos de mi vida. Aún los saboreo.
Cruyff dio la alineación muy pocas horas antes del partido, justo antes de subirnos a ese bus. No hizo nada especial, solo tenía un rotulador y una pizarra. Johan no se complicaba demasiado las cosas, lo hacía todo sencillo. Dio la alineación, trazó tres o cuatro flechas, dijo algo de cubrir a Mancini, Vialli y Lombardo, los marcajes de Chapi, Nando y Juan Carlos, y ya está. Nunca le metió mucha presión al partido, ni a nosotros. Más tarde, ya en el vestuario, después del calentamiento y antes de volver a salir al césped, dijo sus famosas palabras: «Salid y disfrutad», las recuerdo perfectamente. Ya habíamos sufrido bastante durante toda la temporada para llegar hasta allí, nos dijo. Estábamos en Wembley y se había acabado el sufrimiento. «Hacedme un favor -dijo-. Mirad el césped, al público, a este maravilloso estadio y disfrutarlo».
Un chaval, y jugar la final
Para él, era muy fácil decirlo, claro. En el autocar, camino del estadio, había un silencio total. Nadie abrió la boca. Notabas la tensión. Y con todos esos jugadores tan experimentados que se cagaban, ¿cómo piensas que estaba yo? Era un chaval y estaba a punto de jugar la final. ¡En Wembley! Pura historia, el templo del fútbol, con un césped increíble. Y yo estaba ahí, con 21 añitos.
Nunca veías a Johan tenso, siempre sonreía. Precisamente antes de esa final me pareció muy relajado. A mí no me dijo nada en especial. Me había apoyado mucho al principio, cuando debuté en el primer equipo, pero cuando iba cogiendo más y más experiencia, me exigía cada vez más. Y no me parecía mal, no.
El partido no lo recuerdo muy bien, no fue un duelo espectacular, futbolísticamente hablando. Tuve la sensación de que no jugamos muy bien, pero al ver la repetición por televisión, tampoco lo vi tan mal. Jugamos como siempre, atacando, tomando la iniciativa. Queríamos el balón desde el primer momento, pero fue un partido equilibrado. Ellos tuvieron dos grandes oportunidades, pero Andoni [Zubizarreta] estuvo muy bien. La Sampdoria fue bastante defensiva, su técnico, Vujadin Boskov, les hacía jugar agresivos. Nuestra mejor oportunidad fue un balón de Stoichkov al palo.
Después de los 90 minutos seguíamos 0-0. Una final típica: poco fútbol, mucha tensión e incertidumbre. Después de la primera prórroga, seguía el 0-0 en el marcador. Yo ya pensaba en los penaltis. Y les tenía pánico. Pensaba: 'otra vez no, por favor'. Como chaval en La Masia había vivido la final de 1986, que fue un drama para el equipo, para el club, para toda Barcelona y también para nosotros, los chicos del fútbol base. Por primera vez en una final éramos favoritos, en Sevilla, ante el Steaua de Bucarest. Y hubo penaltis. Y aquel portero, Duckadam, que lo paraba todo. En Wembley todos pensamos en ello, en aquel fatídico 86, por supuesto. ¡Un club tan grande y nunca había ganado la Copa de Europa! Podíamos ser los primeros y no podíamos fallar. Otra vez, no.
Los penaltis, insoportables
Otra final decidiéndose en una tanda de penaltis. Eso hubiera sido insoportable, por la enorme tensión, la presión. En el campo, en la segunda prórroga, ya me estaba mentalizando por si tenía que tirar uno de ellos. Por mí, le hubiera dejado mi turno a Ronald [Koeman]. Mejor que los tirase él todos. Nunca fallaba. Sí, a veces, pero solo en partidos intrascendentes. Pero en los que contaban, nunca erraba, nunca. Ronald me hizo jugar mejor a mí también, siempre estaba ahí en los partidos importantes. Fue el primer defensa en el Barça que construía el juego desde atrás, sus pases fueron el fundamento de nuestro fútbol ofensivo.
Entonces llegó el minuto 111. Eusebio se fue al suelo entre dos rivales, el árbitro vio falta, tal vez por obstaculizar el balón. Koeman ya había marcado muchos goles de falta y, claro, yo esperaba que metiera este también. El fue una garantía para este tipo de estrategias, pero yo seguía pensando en los penaltis. Luego nos enteramos de que él, Bakero y Hristo habían ensayado esa falta algunas veces, sin saberlo los demás. En Wembley, estaba detrás de ellos, no muy lejos. Hristo dio el toque, Bakero paró el balón y Ronald chutó. Dos defensas abandonaron la barrera, se abrieron y por ahí entró el balón.Entró como una flecha, detrás de Pagliuca. Eso provocó una explosión de alegría, increíble. Como un solo hombre corrimos todos detrás de Ronald, hacia el córner.
Nada más marcar, me cambiaron por Alexanko. Con él, aumentamos la seguridad en defensa. Pero desde la banda, el partido no parecía acabar nunca, los últimos cinco minutos se me hicieron interminables. Después del pitido final, fue la locura total. Yo me derrumbé, tenía que vomitar, me salió toda la tensión acumulada. ¡Lo habíamos logrado! Alguna vez tenía que ser la primera y fuimos nosotros quienes conseguimos esa Copa de Europa, abriendo el camino para los que vendrían después. Siempre debe haber una primera vez. Y ya nos tocaba, estábamos preparados. Era el cuarto año de Cruyff como entrenador.
Johan estaba muy feliz, aunque seguía sin demostrar sus emociones. Jamás lo hizo. Pero también él fue consciente de la importancia de esa copa. Lo notabas en todo, en sus abrazos, en sus felicitaciones. Habíamos logrado algo histórico. Alexanko recibió la copa, le seguía Zubi, y después yo. Inolvidable, sí.
De la fiesta por la noche no recuerdo mucho. No había cenado nada y bebí demasiado. Demasiado rápido también. Enseguida estaba KO. Me fui pronto a la habitación, no tenía ganas de más fiesta. Lo más bonito, lo mejor de todo, llegó el día después. No solo el recibimiento en Barcelona, un millón de personas en las calles. Solo pensar al despertarte que éramos campeones de Europa ya te estremecía. Fue entonces cuando realmente me di cuenta de lo que habíamos hecho, del momento increíble que habíamos vivido. ¡Y en Wembley! Esa mañana me comí tres huevos fritos, me moría de hambre. Fueron los huevos fritos más buenos de mi vida. Aún los saboreo.
No comments:
Post a Comment