Athletic y Barça igualan un partido memorable, en condiciones adversas, construido con los mejores materiales y resuelto por ‘accidentes’ en el área
EDUARDO RODRIGÁLVAREZ - Bilbao – 06/11/2011/EL PAÍS
Históricamente La Catedral ha sido el reino del rhythm and blues. Ritmo y alma para los grandes conciertos con un aire de rock & roll, si la ocasión lo exige, y alguna balada mortecina cuando llega el viento sur. Lo del viento sur era un caso imposible en una noche de frío, lluvia y vendavales. El Barça también comparte el mismo gusto musical, así que Bielsa y Guardiola se plantearon un concierto sin teloneros ni estrellas, tocando al mismo tiempo la misma sinfonía.
Mejores solistas en el Barça, más acreditados, frente a un coro rojiblanco que exigía tanto la garganta de Bielsa como los pulmones de los futbolistas. Y, sin embargo, fue el Athletic el que dominó el marcador, el concierto, el que se adelantó dos veces, el que soñó con llevarse todos los aplausos y a quien le pilló el chaparrón casi en el tiempo de descuento, cuando ya desenchufaba las guitarras y se aprestaba a recibir los aplausos de un público entregado. Fútbol es fútbol, dice la vieja máxima. Y el fútbol fue fútbol ayer, el que mezcla lo de antes (el sacrificio, la entrega y la fe) y lo de ahora (el toque, la organización, la pizarra). Quizás queden en la memoria las circunstancias de los segundos goles, pero el global de la actuación reconcilia al fútbol con los valores más genéticos de ese deporte.
La catedral vivía una jornada de puertas abiertas que oficiaba el fútbol con un ritmo frenético, se diría que físicamente imposible, y un fútbol impagable, es decir, el que exige la mejor versión de cada futbolista, el que busca cada uno de los técnicos de cada equipo.
Ni el Barça ni el Athletic renunciaron a su idea. Versatilidad azulgrana y movilidad rojiblanca. Xavi marcaba el ritmo del Barça con diapasones increíbles en el mástil del centro del campo, pero el solista, sin duda, era Cesc, el guitarrista solitario que camina por el escenario sin que nadie le encuentre aunque todo el mundo le escucha.
El Athletic depositaba su ritmo en la fuerza del conjunto -made in Bielsa- y su alma en dos futbolistas singulares: Herrera, un tipo con un electro rojiblanco y cerebro guardiolista, y Llorente, más dominador de lo esperado en su duelo con Piqué.
Había mucho solfeo en el campo, el de Bielsa y el de Guardiola, pero interpretaciones diferentes: más ágiles las que construía el Barça, encontrando sobre todo sus pasillos por la banda izquierda, y más voluntariosas en el Athletic, con alguna desafinación en el primer toque, pero impagable en el tono coral. Y llegó el gol, cuando Mascherano cometió un error infantil para su jerarquía: irse al suelo sin necesidad y vender, por lo tanto, su alma en la jugada, permitiendo que Susaeta se fuera en diagonal, pensara y acomodase el centro a Herrera, un llegador nato, que tuvo tiempo para girar y mandar al otro palo. Un gol preciso y precioso al que respondió el solista, Cesc, con no menor magisterio. Fue un centro de Abidal, con un gesto de tobillo magnífico, que Cesc cabeceó con maestría inglesa. Se merecían el gol ambos equipos y lo consiguieron en el tramo de cinco minutos, ratificando una mitad de concierto espectacular.
Tenía que decaer. El escenario, intacto en 45 minutos, se inundó en la segunda mitad porque la lluvia no quería perderse el partido. Quizás por eso la épica, la anécdota, la circunstancia, parecían argumentos tan interesantes como el monumento futbolístico que ambos estaban construyendo. El balón se frenó, especialmente en el campo del Athletic, donde la inundación era más evidente.
Y llegó el gol de Llorente, tras otro error previo de Mascherano, que concedió un córner (un atrevimiento en Bilbao) y el accidente se saldó con un autogol de Piqué tras un despeje de Abidal que dio en Llorente.
La idea, por fuerte que sea, no está exenta de las circunstancias. Y se igualó para el Barça cuando San José e Iraizoz chocaron en un balón sin peligro y Messi, el solista esperado y no encontrado, el rey frente a los teloneros, apareció por fin para marcar y romper su maleficio en San Mamés. Fue un acto de justicia. Dos maravillas para el 1-1, dos accidentes para el 2-2. Cuatro goles para un ejercicio majestuoso, exigido al máximo. Cesc hizo de Messi, aunque Messi salvara el último mueble del edificio. Herrera hizo de Herrera, y comienza a fraguar el futbolista que todo el mundo intuye en tres cuartos del campo pero no veía en el área. Ya sí.
No ganó nadie en La Catedral, porque el Athletic le discutió al Barça con el mismo arsenal y la misma estrategia. Pero entre ambos consiguieron que ganara el fútbol, lo cual no contabiliza en la clasificación, pero pasa a la historia. Hay cosas más importantes que tres puntos. El fútbol es más importante que eso.
Mejores solistas en el Barça, más acreditados, frente a un coro rojiblanco que exigía tanto la garganta de Bielsa como los pulmones de los futbolistas. Y, sin embargo, fue el Athletic el que dominó el marcador, el concierto, el que se adelantó dos veces, el que soñó con llevarse todos los aplausos y a quien le pilló el chaparrón casi en el tiempo de descuento, cuando ya desenchufaba las guitarras y se aprestaba a recibir los aplausos de un público entregado. Fútbol es fútbol, dice la vieja máxima. Y el fútbol fue fútbol ayer, el que mezcla lo de antes (el sacrificio, la entrega y la fe) y lo de ahora (el toque, la organización, la pizarra). Quizás queden en la memoria las circunstancias de los segundos goles, pero el global de la actuación reconcilia al fútbol con los valores más genéticos de ese deporte.
La catedral vivía una jornada de puertas abiertas que oficiaba el fútbol con un ritmo frenético, se diría que físicamente imposible, y un fútbol impagable, es decir, el que exige la mejor versión de cada futbolista, el que busca cada uno de los técnicos de cada equipo.
Ni el Barça ni el Athletic renunciaron a su idea. Versatilidad azulgrana y movilidad rojiblanca. Xavi marcaba el ritmo del Barça con diapasones increíbles en el mástil del centro del campo, pero el solista, sin duda, era Cesc, el guitarrista solitario que camina por el escenario sin que nadie le encuentre aunque todo el mundo le escucha.
El Athletic depositaba su ritmo en la fuerza del conjunto -made in Bielsa- y su alma en dos futbolistas singulares: Herrera, un tipo con un electro rojiblanco y cerebro guardiolista, y Llorente, más dominador de lo esperado en su duelo con Piqué.
Había mucho solfeo en el campo, el de Bielsa y el de Guardiola, pero interpretaciones diferentes: más ágiles las que construía el Barça, encontrando sobre todo sus pasillos por la banda izquierda, y más voluntariosas en el Athletic, con alguna desafinación en el primer toque, pero impagable en el tono coral. Y llegó el gol, cuando Mascherano cometió un error infantil para su jerarquía: irse al suelo sin necesidad y vender, por lo tanto, su alma en la jugada, permitiendo que Susaeta se fuera en diagonal, pensara y acomodase el centro a Herrera, un llegador nato, que tuvo tiempo para girar y mandar al otro palo. Un gol preciso y precioso al que respondió el solista, Cesc, con no menor magisterio. Fue un centro de Abidal, con un gesto de tobillo magnífico, que Cesc cabeceó con maestría inglesa. Se merecían el gol ambos equipos y lo consiguieron en el tramo de cinco minutos, ratificando una mitad de concierto espectacular.
Tenía que decaer. El escenario, intacto en 45 minutos, se inundó en la segunda mitad porque la lluvia no quería perderse el partido. Quizás por eso la épica, la anécdota, la circunstancia, parecían argumentos tan interesantes como el monumento futbolístico que ambos estaban construyendo. El balón se frenó, especialmente en el campo del Athletic, donde la inundación era más evidente.
Y llegó el gol de Llorente, tras otro error previo de Mascherano, que concedió un córner (un atrevimiento en Bilbao) y el accidente se saldó con un autogol de Piqué tras un despeje de Abidal que dio en Llorente.
La idea, por fuerte que sea, no está exenta de las circunstancias. Y se igualó para el Barça cuando San José e Iraizoz chocaron en un balón sin peligro y Messi, el solista esperado y no encontrado, el rey frente a los teloneros, apareció por fin para marcar y romper su maleficio en San Mamés. Fue un acto de justicia. Dos maravillas para el 1-1, dos accidentes para el 2-2. Cuatro goles para un ejercicio majestuoso, exigido al máximo. Cesc hizo de Messi, aunque Messi salvara el último mueble del edificio. Herrera hizo de Herrera, y comienza a fraguar el futbolista que todo el mundo intuye en tres cuartos del campo pero no veía en el área. Ya sí.
No ganó nadie en La Catedral, porque el Athletic le discutió al Barça con el mismo arsenal y la misma estrategia. Pero entre ambos consiguieron que ganara el fútbol, lo cual no contabiliza en la clasificación, pero pasa a la historia. Hay cosas más importantes que tres puntos. El fútbol es más importante que eso.
ATHLETIC, 2 – BARCELONA, 2
Athletic: Iraizoz; Iraola, Javi Martínez, Amorebieta, Aurtenetxe; De Marcos, Iturraspe, Ander Herrera; Muniain (Ibai Gómez, m. 88), Llorente y Susaeta (Iñigo Pérez, m. 86). No utilizados: Raúl; Toquero, David López, San José y Gabilondo.
Barcelona: Valdés; Alves, Piqué (Thiago, m. 83), Mascherano, Abidal; Xavi (Alexis Sánchez, m. 62), Busquets, Iniesta; Messi, Cesc, Adriano (Villa, m. 73). No utilizados: Pinto; Puyol, Keita y Maxwell.
Goles: 1-0. Ander Herrera. 1-1. M. 24. Cesc. 2-1. M. 80. Piqué, en propia puerta. 2-2. M. 93. Messi.
Barcelona: Valdés; Alves, Piqué (Thiago, m. 83), Mascherano, Abidal; Xavi (Alexis Sánchez, m. 62), Busquets, Iniesta; Messi, Cesc, Adriano (Villa, m. 73). No utilizados: Pinto; Puyol, Keita y Maxwell.
Goles: 1-0. Ander Herrera. 1-1. M. 24. Cesc. 2-1. M. 80. Piqué, en propia puerta. 2-2. M. 93. Messi.
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