Récord mesiánico
Un triple del delantero argentino corona al Barça como el mejor de todos los tiempos en la Liga
JOAN DOMÈNECH
La victoria número 16 empezó a gestarse en el minuto 16. ¿Casualidad? Todo apunta a que se trata de una de esas coincidencias de la vida, pero con estos tipos, con todo lo que han hecho, cabe sospechar que marcaron aposta en ese momento para que su recuerdo sea indeleble por los tiempos de los tiempos. La ejecución del récord corrió a cargo exclusivamente de Leo Messi, siempre con la guadaña tan afilada que deslumbra por su fulgor.
Este Barça es eterno desde que en diciembre del 2009 conquistó el Mundial de Clubs y coronó el seis de seis en títulos. Es lo que dijo Guardiola a sus muchachos antes de batir al Estudiantes en Abu Dabi. Desde ayer lo es un poco más en el prisma doméstico estatal al atrapar uno de los últimos récords que les quedan por cazar en esa marcha implacable. Lejos del alcance de sus rivales, todos terrenales. Incluso del alicaído Atlético, el único que por esas razones ocultas del esoterismo es capaz de sacar de sus casillas a cualquiera. No a este Barça invencible, que volvió a impartir otra exhibición pública, abierta y apta a todos los públicos, por si queda alguien por ahí que desconoce (o duda) de lo bien que juega a fútbol.
EL MONOPOLIO DEL BALÓN / A estas alturas andan agotados ya todos los adjetivos por el uso. Y las explicaciones, también, de cómo se desarrolló el encuentro. Como siempre. Es decir, el Barça sacó de centro, se quedó la pelota y se puso a jugar y a juguetear con ella y con el rival. La tocó tanto que acabó borrando los adornos del balón en ese monopolio que ejerce y que a algunos aburre. La tocó tanto que desquició al Atlético, que acabó mareado como una perdiz.
No había salido tampoco muy templado el once rojiblanco. Zarandeado por sus vicisitudes particulares, compareció con el paraguas abierto para mojarse lo menos posible pero a la media hora ya había encajado dos goles de Messi. Intentó llevar el duelo al terreno de la paranoia, pero este Barça ha adquirido un grado de madurez superlativo. Por no hablar del grado de compromiso y solidaridad colectiva.
DUELO ARGENTINO SIN COLOR / Messi, cuyo nombre fue coreado en los goles, escuchó de nuevo a la grada cuando persiguió corriendo hacia atrás, como lateral izquierdo, persiguiendo una escapada de Agüero. Le quitó el balón, claro, en esa pugna que dejó claro en Argentina quién es el rey. Por mucho que Kun sea el yerno de Maradona. El duelo individual no tuvo color. Uno jugó y el otro corrió hasta que chocaba con Abidal. No fue la única estrella que se sintió con el deber de ayudar a los demás. Iniesta también evitó una aventurilla de Forlán en lugar de Dani Alves y el birló el balón cuando estaba a punto de plantarse ante Valdés, que solo se alteró en un remate de Filipe Luis que rescató Piqué sobre la línea.
ABIDAL, OTRO ÍDOLO / El Camp Nou canta ya hasta el nombre de Abidal, prueba reveladora de que los llamados secundarios rinden a un nivel extraordinario, Si Piqué es Pickenbauer, ¿qué es Abidal, espectacular, soberbio anoche, que convirtió a Agüero en un juvenil? Abidal no es un segundón. Tampoco el febril Alves, el delantero más retrasado del equipo, que fue quien abrió en canal la defensa del Atlético con su desmarque para que Messi estrenara el marcador. No, ni siquiera fue original el tanto del argentino, que lleva ya 40 en 33 partidos oficiales. No se conformó con el décimo doblete de la temporada, sino que quiso llevarse a casa el curto balón de la temporada como testigo de su triplete.
El Barça mostró las dos virtudes que le caracterizan: la brillantez y el trabajo. Movió el balón con esa cadencia habitual y corrió como un poseso reculando cuando no podía atajar al Atleti en su parcela. Le dejó con un hilillo de vida con ese margen de los dos goles. El once de Guardiola buscó el grado máximo de la belleza en sus ocasiones de ataque y no hizo sangre. Ya no le hace falta para mantener asustados a sus rivales.
Un triple del delantero argentino corona al Barça como el mejor de todos los tiempos en la Liga
JOAN DOMÈNECH
La victoria número 16 empezó a gestarse en el minuto 16. ¿Casualidad? Todo apunta a que se trata de una de esas coincidencias de la vida, pero con estos tipos, con todo lo que han hecho, cabe sospechar que marcaron aposta en ese momento para que su recuerdo sea indeleble por los tiempos de los tiempos. La ejecución del récord corrió a cargo exclusivamente de Leo Messi, siempre con la guadaña tan afilada que deslumbra por su fulgor.
Este Barça es eterno desde que en diciembre del 2009 conquistó el Mundial de Clubs y coronó el seis de seis en títulos. Es lo que dijo Guardiola a sus muchachos antes de batir al Estudiantes en Abu Dabi. Desde ayer lo es un poco más en el prisma doméstico estatal al atrapar uno de los últimos récords que les quedan por cazar en esa marcha implacable. Lejos del alcance de sus rivales, todos terrenales. Incluso del alicaído Atlético, el único que por esas razones ocultas del esoterismo es capaz de sacar de sus casillas a cualquiera. No a este Barça invencible, que volvió a impartir otra exhibición pública, abierta y apta a todos los públicos, por si queda alguien por ahí que desconoce (o duda) de lo bien que juega a fútbol.
EL MONOPOLIO DEL BALÓN / A estas alturas andan agotados ya todos los adjetivos por el uso. Y las explicaciones, también, de cómo se desarrolló el encuentro. Como siempre. Es decir, el Barça sacó de centro, se quedó la pelota y se puso a jugar y a juguetear con ella y con el rival. La tocó tanto que acabó borrando los adornos del balón en ese monopolio que ejerce y que a algunos aburre. La tocó tanto que desquició al Atlético, que acabó mareado como una perdiz.
No había salido tampoco muy templado el once rojiblanco. Zarandeado por sus vicisitudes particulares, compareció con el paraguas abierto para mojarse lo menos posible pero a la media hora ya había encajado dos goles de Messi. Intentó llevar el duelo al terreno de la paranoia, pero este Barça ha adquirido un grado de madurez superlativo. Por no hablar del grado de compromiso y solidaridad colectiva.
DUELO ARGENTINO SIN COLOR / Messi, cuyo nombre fue coreado en los goles, escuchó de nuevo a la grada cuando persiguió corriendo hacia atrás, como lateral izquierdo, persiguiendo una escapada de Agüero. Le quitó el balón, claro, en esa pugna que dejó claro en Argentina quién es el rey. Por mucho que Kun sea el yerno de Maradona. El duelo individual no tuvo color. Uno jugó y el otro corrió hasta que chocaba con Abidal. No fue la única estrella que se sintió con el deber de ayudar a los demás. Iniesta también evitó una aventurilla de Forlán en lugar de Dani Alves y el birló el balón cuando estaba a punto de plantarse ante Valdés, que solo se alteró en un remate de Filipe Luis que rescató Piqué sobre la línea.
ABIDAL, OTRO ÍDOLO / El Camp Nou canta ya hasta el nombre de Abidal, prueba reveladora de que los llamados secundarios rinden a un nivel extraordinario, Si Piqué es Pickenbauer, ¿qué es Abidal, espectacular, soberbio anoche, que convirtió a Agüero en un juvenil? Abidal no es un segundón. Tampoco el febril Alves, el delantero más retrasado del equipo, que fue quien abrió en canal la defensa del Atlético con su desmarque para que Messi estrenara el marcador. No, ni siquiera fue original el tanto del argentino, que lleva ya 40 en 33 partidos oficiales. No se conformó con el décimo doblete de la temporada, sino que quiso llevarse a casa el curto balón de la temporada como testigo de su triplete.
El Barça mostró las dos virtudes que le caracterizan: la brillantez y el trabajo. Movió el balón con esa cadencia habitual y corrió como un poseso reculando cuando no podía atajar al Atleti en su parcela. Le dejó con un hilillo de vida con ese margen de los dos goles. El once de Guardiola buscó el grado máximo de la belleza en sus ocasiones de ataque y no hizo sangre. Ya no le hace falta para mantener asustados a sus rivales.
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