A Dios rogando... y Messi goleando
¿Yahvé, Alá, Dios o Leo Messi? “Lo que está claro es que sólo existe uno”, es la respuesta del rector del seminario
¿Yahvé, Alá, Dios o Leo Messi? “Lo que está claro es que sólo existe uno”, es la respuesta del rector del seminario
Una yonqui hiela la sangre del transeúnte en el Raval. Son las doce del mediodía y Barcelona es una ciudad. Un hombre empuja su carrito viejo de supermercado. Con la otra mano se rasca la barba. Merodea un contenedor en el que encontrará basura para llenarlo. Sólo son las doce del mediodía y hay basura de sobras. Barcelona es una ciudad. En la esquina que une la calle Caspe con Girona, un grupo de seminaristas rezan por ellos.
Forman parte del Seminari Major Interdiocesà. Mossèn Norbert Miracle es su rector, el responsable de un grupo de creyentes cuya edad va de los 19 a los 40 años. Son las diez y media de la noche y dieciocho seminaristas llenan un sala en la que se proyecta un video. ‘Katy Perry’ y ‘Sopa de Cabra’ amenizan las imágenes con su música mientras Mossèn Jaume Casamitjana reflexiona sobre la fe con los alumnos. La habitación es grande y cuadrada, los muebles son pocos y antiguos. Varios libros y una fotografía del Papa Ratzinger ocupan un espacio libre de una estantería. En las paredes, una estatuilla de una virgen preside, inmóvil y vigilante, la reunión.
“¡Madre de Dios! ¡Yo metiendo el rollo y el Barça ya gana 4-0!”, exclama Casamitjana. Acto seguido, acaba su exposición, enciende el televisor y proyecta en la misma pared blanca en la que aparecían grupos cristianos el césped del Camp Nou. “Esto no se puede oír”, grita uno de los seminaristas sobre los comentarios de La Sexta. “Pues ponemos la radio”. Durante unos segundos se oye a Joaquim Maria Puyal narrando el partido, pero el sonido de Catalunya Ràdio llega antes que las imágenes y abortan la operación. Algunos de los jóvenes que quieren convertirse en sacerdotes son colombianos, como el centrocampista del Almería Fabián Vargas. Alguien se encarga de recordarlo: “Este es de Colombia, como tú. Él jugando a fútbol y tú, con 23 años, ya estás quemado”. “¡Vas como el waka-waka!”, añade otro. La segunda mitad del partido avanza y Casamitjana sigue fustigándose: “No veremos ningún gol y la culpa es mía por la charla”.
Mossèn Norbert es quien manda, si esa palabra sirve de algo entre un grupo de jóvenes que transpiran bondad y responsabilidad. Los horarios son mínimos y la libertad es total. Los fines de semana los pasan en casa. Los partidos del Barça son sagrados, para algunos más que otros. Si es en abierto se reúnen para verlos. Si son canales de pago, hay quien se desplazan a un bar. “No se puede rezar para que ganen, pero sí para que no se lesionen”, reflexiona el rector. “Pues yo sí recé el día del Chelsea”, responde Albert, cuya fe tiene guardado un rincón para el Barça. Albert es de Cambrils y viste la camiseta blaugrana. Horas antes de que Andrés Iniesta marcara el gol que llevó al equipo a la final de Roma, acudió a la capilla del seminario para pedir intervención divina. Lo ocurrido en Stamford Bridge puede entenderse así. “No sabes cómo llegué a celebrar el gol de Iniesta”, confiesa Mossèn Casamitjana, que viajó a Roma tras conseguir una entrada: “Se la tuve que comprar a un seminarista colombiano, pero no te diré el precio. ¡Tras el partido nos queríamos bañar en la Fontana di Trevi!”, relata.
El origen de los seminaristas es diverso, pero el denominador común es el mismo: la fe. Es la que les lleva a estudiar filosofía, la Biblia, teología o antropología filosófica. Lo hacen cuatro o cinco horas cada día, de lunes a viernes, durante seis años. El objetivo es ser sacerdote. “Aquí no hay paro, hay trabajo para todo el mundo”, recuerda Mossèn Norbert.
Keita marca el quinto gol en el Camp Nou. La sala es un bar en el que no se prueba el alcohol. Gritos de alegría y abrazos. Cristianos celebrando el gol de un musulmán. Es el Barça. “¿Keita es musulmán, ¿no?”. ¿Alá, Dios, Yahvé o Messi? “De lo que no hay duda es que sólo hay uno”, explica Mossèn Norbert. El dedo índice de cada mano señala el cielo, imitando el gesto de Leo Messi, para celebrar el 5-0. Otra manita. La sala está dividida en dos hileras de sillones. El núcleo duro barcelonista se sienta en primera fila y no se pierde detalle. El resto están detrás. Todos aplauden el gol de Keita. Ni un insulto, ni una mala palabra. “A veces, si hay mucha tensión, se escapa alguno, pero nunca una blasfemia”, confiesa Mossèn Norbert. El rector acompaña a los visitantes hasta la primera puerta exterior, utiliza un tiesto para evitar que se cierre y nos guía hasta la salida. “Adéu”. “Adéu”. Hasta pronto.
El frío golpea con fuerza y Barcelona sigue siendo una ciudad. Las luces de un cajero automático iluminan la manta con la que un cuerpo se cubre. Alguien duerme dentro. Alguien reza, cerca, por él. Son las doce de la noche, el Barça ha vuelto a marcar cinco y el asfalto utiliza los coches que circulan por él para abrigarse. Los borrachos pedirán, como cada día, misericordia al sol al despertarse. Alguien rezará por ellos y disfrutará de los triunfos del Barça. Barcelona es una ciudad, un trozo de tierra oculto por el cemento en el que cohabitan todo tipo de especies. Por todos, hay quien reza.
Forman parte del Seminari Major Interdiocesà. Mossèn Norbert Miracle es su rector, el responsable de un grupo de creyentes cuya edad va de los 19 a los 40 años. Son las diez y media de la noche y dieciocho seminaristas llenan un sala en la que se proyecta un video. ‘Katy Perry’ y ‘Sopa de Cabra’ amenizan las imágenes con su música mientras Mossèn Jaume Casamitjana reflexiona sobre la fe con los alumnos. La habitación es grande y cuadrada, los muebles son pocos y antiguos. Varios libros y una fotografía del Papa Ratzinger ocupan un espacio libre de una estantería. En las paredes, una estatuilla de una virgen preside, inmóvil y vigilante, la reunión.
“¡Madre de Dios! ¡Yo metiendo el rollo y el Barça ya gana 4-0!”, exclama Casamitjana. Acto seguido, acaba su exposición, enciende el televisor y proyecta en la misma pared blanca en la que aparecían grupos cristianos el césped del Camp Nou. “Esto no se puede oír”, grita uno de los seminaristas sobre los comentarios de La Sexta. “Pues ponemos la radio”. Durante unos segundos se oye a Joaquim Maria Puyal narrando el partido, pero el sonido de Catalunya Ràdio llega antes que las imágenes y abortan la operación. Algunos de los jóvenes que quieren convertirse en sacerdotes son colombianos, como el centrocampista del Almería Fabián Vargas. Alguien se encarga de recordarlo: “Este es de Colombia, como tú. Él jugando a fútbol y tú, con 23 años, ya estás quemado”. “¡Vas como el waka-waka!”, añade otro. La segunda mitad del partido avanza y Casamitjana sigue fustigándose: “No veremos ningún gol y la culpa es mía por la charla”.
Mossèn Norbert es quien manda, si esa palabra sirve de algo entre un grupo de jóvenes que transpiran bondad y responsabilidad. Los horarios son mínimos y la libertad es total. Los fines de semana los pasan en casa. Los partidos del Barça son sagrados, para algunos más que otros. Si es en abierto se reúnen para verlos. Si son canales de pago, hay quien se desplazan a un bar. “No se puede rezar para que ganen, pero sí para que no se lesionen”, reflexiona el rector. “Pues yo sí recé el día del Chelsea”, responde Albert, cuya fe tiene guardado un rincón para el Barça. Albert es de Cambrils y viste la camiseta blaugrana. Horas antes de que Andrés Iniesta marcara el gol que llevó al equipo a la final de Roma, acudió a la capilla del seminario para pedir intervención divina. Lo ocurrido en Stamford Bridge puede entenderse así. “No sabes cómo llegué a celebrar el gol de Iniesta”, confiesa Mossèn Casamitjana, que viajó a Roma tras conseguir una entrada: “Se la tuve que comprar a un seminarista colombiano, pero no te diré el precio. ¡Tras el partido nos queríamos bañar en la Fontana di Trevi!”, relata.
El origen de los seminaristas es diverso, pero el denominador común es el mismo: la fe. Es la que les lleva a estudiar filosofía, la Biblia, teología o antropología filosófica. Lo hacen cuatro o cinco horas cada día, de lunes a viernes, durante seis años. El objetivo es ser sacerdote. “Aquí no hay paro, hay trabajo para todo el mundo”, recuerda Mossèn Norbert.
Keita marca el quinto gol en el Camp Nou. La sala es un bar en el que no se prueba el alcohol. Gritos de alegría y abrazos. Cristianos celebrando el gol de un musulmán. Es el Barça. “¿Keita es musulmán, ¿no?”. ¿Alá, Dios, Yahvé o Messi? “De lo que no hay duda es que sólo hay uno”, explica Mossèn Norbert. El dedo índice de cada mano señala el cielo, imitando el gesto de Leo Messi, para celebrar el 5-0. Otra manita. La sala está dividida en dos hileras de sillones. El núcleo duro barcelonista se sienta en primera fila y no se pierde detalle. El resto están detrás. Todos aplauden el gol de Keita. Ni un insulto, ni una mala palabra. “A veces, si hay mucha tensión, se escapa alguno, pero nunca una blasfemia”, confiesa Mossèn Norbert. El rector acompaña a los visitantes hasta la primera puerta exterior, utiliza un tiesto para evitar que se cierre y nos guía hasta la salida. “Adéu”. “Adéu”. Hasta pronto.
El frío golpea con fuerza y Barcelona sigue siendo una ciudad. Las luces de un cajero automático iluminan la manta con la que un cuerpo se cubre. Alguien duerme dentro. Alguien reza, cerca, por él. Son las doce de la noche, el Barça ha vuelto a marcar cinco y el asfalto utiliza los coches que circulan por él para abrigarse. Los borrachos pedirán, como cada día, misericordia al sol al despertarse. Alguien rezará por ellos y disfrutará de los triunfos del Barça. Barcelona es una ciudad, un trozo de tierra oculto por el cemento en el que cohabitan todo tipo de especies. Por todos, hay quien reza.
No comments:
Post a Comment