Bendita calma
Paco Cabezas
Todas las interioridades del Camp Nou, desde el famoso 'entorno' al 'soci' blaugrana.
El Real Madrid se ha malacostumbrado en los últimos tiempos a visitar avernos en lugar de campos de fútbol, a tener que mantener batallas poliédricas que poco o nada tienen que ver con la práctica deportiva. Unos días discute con el equipo o directiva rivales, otros con hinchadas que les reciben de uñas –teniendo que soportar los actos vandálicos de turno–, y, los que más, simplemente, se dedica a gastar fuerzas con batallas intestinas que debilitan su imagen pública. El equipo de Mourinho, al que se le apagó la voz de repente, sigue ganando. Nada cambia y sigue siendo el único rival capaz de plantarle cara a un Barcelona con el que podría acabar jugándose todos los títulos en juego (la Copa del Rey, la Liga y la 'Champions'). Pero ni es lo mismo, ni es suficiente. La calma institucional es un elemento imprescindible de cara a lograr una estabilidad deportiva duradera, que es justo lo que busca Florentino Pérez para tomar un ciclo triunfal. Bien lo sabe el Barcelona.
Hacía años que el Camp Nou no vivía en semejante estado de calma. Bendita sea. Durante los años más felices de Rijkaard y Ronaldinho, el ex presidente Joan Laporta y su elenco de directivos, todos ellos adictos al protagonismo más extremo, se las solían apañar para agitar el club, para que todo tiempo de bonanza mutara en guerra perpetua. Ya fuera por la politización de la entidad, por las constantes salidas de tono del presidente, por errores de gestión incomprensibles o, cuando ya nada tenía solución, por la extrema complacencia de los mandos con algún que otro futbolista que optó por ponerle los cuernos al balón con la barra del bar más cercano. Un equipo tan maravilloso como el de Rijkaard, destinado a marcar una era, se deshizo en apenas unas horas, las que transcurrieron en la noche monegasca antes de caer frente al Sevilla en la Supercopa.
Guardiola, a su llegada, puso la primera piedra para que el trabajo del primer equipo fuera lo más profesional posible, un ejemplo para todas las estructuras de un club que, al igual que su plantilla, había caído en la complacencia. La obsesión del joven técnico no era otra que los futbolistas tuvieran las mejores condiciones posibles –tanto fisiológicas como psicológicas– para desarrollar su trabajo. Algo tan simple como esencial. Laporta siempre será el presidente del mejor Barça de la historia, cierto. Pero para que todo aquello no quedara en un sueño efímero, su salida era poco menos que imprescindible.
El pasado verano, con la llegada a la presidencia de Sandro Rosell, el círculo acabó por cerrarse. El nuevo mandatario, aunque haya prometido hablar más a partir de ahora, hace de la discreción su mayor virtud. Los directivos son ya sólo personajes anónimos, señoras y señores que han aceptado no acaparar el tan apetecible protagonismo en favor de los futbolistas. Las puñaladas traperas, que las hay y las seguirá habiendo, ya no salen a la luz. Los tribunales ya no tienen que meter mano ante violaciones estatutarias. Ya no aparecen socios octogenarios para poner demandas. El entorno –por mucho que Cruyff siga atizando– tiene cada vez menos incidencia. Y la hinchada, la parte más importante del entramado, puede dedicarse a lo que realmente importa, a disfrutar de las grandes hazañas de un Barcelona que ni aburre, ni se aburre. Bendita calma.
Paco Cabezas
Todas las interioridades del Camp Nou, desde el famoso 'entorno' al 'soci' blaugrana.
El Real Madrid se ha malacostumbrado en los últimos tiempos a visitar avernos en lugar de campos de fútbol, a tener que mantener batallas poliédricas que poco o nada tienen que ver con la práctica deportiva. Unos días discute con el equipo o directiva rivales, otros con hinchadas que les reciben de uñas –teniendo que soportar los actos vandálicos de turno–, y, los que más, simplemente, se dedica a gastar fuerzas con batallas intestinas que debilitan su imagen pública. El equipo de Mourinho, al que se le apagó la voz de repente, sigue ganando. Nada cambia y sigue siendo el único rival capaz de plantarle cara a un Barcelona con el que podría acabar jugándose todos los títulos en juego (la Copa del Rey, la Liga y la 'Champions'). Pero ni es lo mismo, ni es suficiente. La calma institucional es un elemento imprescindible de cara a lograr una estabilidad deportiva duradera, que es justo lo que busca Florentino Pérez para tomar un ciclo triunfal. Bien lo sabe el Barcelona.
Hacía años que el Camp Nou no vivía en semejante estado de calma. Bendita sea. Durante los años más felices de Rijkaard y Ronaldinho, el ex presidente Joan Laporta y su elenco de directivos, todos ellos adictos al protagonismo más extremo, se las solían apañar para agitar el club, para que todo tiempo de bonanza mutara en guerra perpetua. Ya fuera por la politización de la entidad, por las constantes salidas de tono del presidente, por errores de gestión incomprensibles o, cuando ya nada tenía solución, por la extrema complacencia de los mandos con algún que otro futbolista que optó por ponerle los cuernos al balón con la barra del bar más cercano. Un equipo tan maravilloso como el de Rijkaard, destinado a marcar una era, se deshizo en apenas unas horas, las que transcurrieron en la noche monegasca antes de caer frente al Sevilla en la Supercopa.
Guardiola, a su llegada, puso la primera piedra para que el trabajo del primer equipo fuera lo más profesional posible, un ejemplo para todas las estructuras de un club que, al igual que su plantilla, había caído en la complacencia. La obsesión del joven técnico no era otra que los futbolistas tuvieran las mejores condiciones posibles –tanto fisiológicas como psicológicas– para desarrollar su trabajo. Algo tan simple como esencial. Laporta siempre será el presidente del mejor Barça de la historia, cierto. Pero para que todo aquello no quedara en un sueño efímero, su salida era poco menos que imprescindible.
El pasado verano, con la llegada a la presidencia de Sandro Rosell, el círculo acabó por cerrarse. El nuevo mandatario, aunque haya prometido hablar más a partir de ahora, hace de la discreción su mayor virtud. Los directivos son ya sólo personajes anónimos, señoras y señores que han aceptado no acaparar el tan apetecible protagonismo en favor de los futbolistas. Las puñaladas traperas, que las hay y las seguirá habiendo, ya no salen a la luz. Los tribunales ya no tienen que meter mano ante violaciones estatutarias. Ya no aparecen socios octogenarios para poner demandas. El entorno –por mucho que Cruyff siga atizando– tiene cada vez menos incidencia. Y la hinchada, la parte más importante del entramado, puede dedicarse a lo que realmente importa, a disfrutar de las grandes hazañas de un Barcelona que ni aburre, ni se aburre. Bendita calma.
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