Los extremos hacen feliz a Messi
El Barcelona airea el juego por las bandas y el argentino acaba su sequía con tres goles ante un Mallorca mudo
RAMON BESA - Barcelona – 29/10/2011/El Pais
Marcó Messi y ganó el Barça.
La figura y el equipo mezclaron de nuevo de forma tan estupenda y generosa que el marcador fue agradecido con la función del Camp Nou. Nada tuvo que decir el Mallorca, convidado a la resurrección de La Pulga y del Barcelona, indisociables, necesitados el uno del otro, partes de una misma cosa, unidos por su manera de entender el fútbol. Ausentes los interiores titulares, el argentino se asoció anoche con los extremos, señal de que le da igual conectar con los de dentro que por fuera cuando se siente a gusto, infalible ante la portería.
Los partidos del Camp Nou plantean sobre todo una duda: cómo y con quién atacará el Barcelona. Muy fiable en defensa, la atención se centra en su despliegue ofensivo, que suele girar alrededor del ya sabido 3-4-3, y en el nombre de los futbolistas que ocupan el campo. La punta del rombo fue ayer para Messi, siempre presente, tanto en los días laborables como en las fiestas de guardar, mientras Xavi, Iniesta y Cesc miraban el partido, el capitán en la tribuna y los volantes en el banquillo con Guardiola. Jugaban, a cambio, Adriano y Cuenca como extremos.
A algunos aficionados les pareció que el entrenador se había complicado innecesariamente la vida en un partido que exigía juego y goles y, especialmente, la resurrección de Messi, circunstancia que abonaba formar con la mejor alineación. Falsa impresión porque La Pulga no necesitó a sus mejores socios para reivindicar su estatus de mejor jugador del mundo. A la media hora ya había marcado tres tantos para desdicha del Mallorca, cuya suerte quedó sentenciada en dos jugadas, una en cada área.
No atinó Joao Víctor a meter el balón en la portería en una llegada franca con 0-0, desbordado Alves como lateral, y por el contrario, el árbitro pitó penalti por unas manos de Nsué después de un centro de Adriano. La sanción pareció excesiva, más que nada por la desigualdad del partido y la incertidumbre de la jugada. A Messi, sin embargo, le dio igual y a Guardiola le sirvió para reivindicar la formación: Adriano y Cuenca abrieron muy bien la cancha y la profundidad de Villa como falso ariete habilitó las llegadas de La Pulga.
Messi ni pestañeó ante Aouate. Puede que ni se acordara del error ante Javi Varas. Pidió la bola sin dudar y sin nadie que se lo discutiera, miró al guardameta, aguantó tanto como Aouate y a la hora de decidir optó por su lado preferido, el de costumbre o llamado de seguridad, así que tiró a la izquierda del portero, fuerte y a media altura, una manera de reivindicar que su fórmula y su figura están por encima de las circunstancias. Quería Messi regresar al punto de partida, reafirmar su condición de especialista y repitió paso por paso su liturgia. Y el gol cayó sin rechistar.
No hay mejor táctica para el Barça que un gol de Messi para empezar cualquier partido, ya sea difícil o sencillo, como contra el Mallorca. La Pulga se serena, el equipo se libera y el juego fluye con naturalidad. El segundo y el tercer tanto cayeron de forma serena y eficaz, y en ambos tuvieron mucho que ver Adriano y Cuenca. El brasileño ataca bien y el extremo no solo es descarado con el lateral y riguroso con las órdenes del técnico, sino que pone muy buenos centros porque desborda y levanta la cabeza antes de pegar al balón.
Las jugadas de Adriano, Cuenca y Alves merecieron la mejor respuesta de Messi, que remató estupendamente de primera, muy centrado y efectivo, especialmente lúcido. El encuentro se puso tan estupendo para el Barcelona que hasta Cuenca y Adriano se asociaron en el 4-0, firmado por el delantero catalán, cuya definición fue muy elogiada por el regate al portero. Asegurada la victoria, los azulgrana pasaron a defender con una línea de cuatro, presidida por Piqué, y atacaron como les dio la gana, siempre superiores a la zaga de Caparrós.
Hasta Deulofeu, un niño que se parece más a Neymar que a Messi, tuvo su momento de gloria en una jornada pintada para los extremos de la cantera y descanso de los mejores centrocampistas. Tocaba jugar por el exterior y no por el interior, nada de centrifugar el fútbol como una lavadora, mejor airear la cancha por fuera, atacar por las bandas y centrar para Messi. Y arribó sin parar el argentino hasta contar tres goles. Una delicia en una apacible noche diseñada para recuperar las mejores sensaciones. La guinda al juego de los laterales y los extremos la puso un golazo de Alves, el quinto, el dígito mágico del Barça.
Los partidos del Camp Nou plantean sobre todo una duda: cómo y con quién atacará el Barcelona. Muy fiable en defensa, la atención se centra en su despliegue ofensivo, que suele girar alrededor del ya sabido 3-4-3, y en el nombre de los futbolistas que ocupan el campo. La punta del rombo fue ayer para Messi, siempre presente, tanto en los días laborables como en las fiestas de guardar, mientras Xavi, Iniesta y Cesc miraban el partido, el capitán en la tribuna y los volantes en el banquillo con Guardiola. Jugaban, a cambio, Adriano y Cuenca como extremos.
A algunos aficionados les pareció que el entrenador se había complicado innecesariamente la vida en un partido que exigía juego y goles y, especialmente, la resurrección de Messi, circunstancia que abonaba formar con la mejor alineación. Falsa impresión porque La Pulga no necesitó a sus mejores socios para reivindicar su estatus de mejor jugador del mundo. A la media hora ya había marcado tres tantos para desdicha del Mallorca, cuya suerte quedó sentenciada en dos jugadas, una en cada área.
No atinó Joao Víctor a meter el balón en la portería en una llegada franca con 0-0, desbordado Alves como lateral, y por el contrario, el árbitro pitó penalti por unas manos de Nsué después de un centro de Adriano. La sanción pareció excesiva, más que nada por la desigualdad del partido y la incertidumbre de la jugada. A Messi, sin embargo, le dio igual y a Guardiola le sirvió para reivindicar la formación: Adriano y Cuenca abrieron muy bien la cancha y la profundidad de Villa como falso ariete habilitó las llegadas de La Pulga.
Messi ni pestañeó ante Aouate. Puede que ni se acordara del error ante Javi Varas. Pidió la bola sin dudar y sin nadie que se lo discutiera, miró al guardameta, aguantó tanto como Aouate y a la hora de decidir optó por su lado preferido, el de costumbre o llamado de seguridad, así que tiró a la izquierda del portero, fuerte y a media altura, una manera de reivindicar que su fórmula y su figura están por encima de las circunstancias. Quería Messi regresar al punto de partida, reafirmar su condición de especialista y repitió paso por paso su liturgia. Y el gol cayó sin rechistar.
No hay mejor táctica para el Barça que un gol de Messi para empezar cualquier partido, ya sea difícil o sencillo, como contra el Mallorca. La Pulga se serena, el equipo se libera y el juego fluye con naturalidad. El segundo y el tercer tanto cayeron de forma serena y eficaz, y en ambos tuvieron mucho que ver Adriano y Cuenca. El brasileño ataca bien y el extremo no solo es descarado con el lateral y riguroso con las órdenes del técnico, sino que pone muy buenos centros porque desborda y levanta la cabeza antes de pegar al balón.
Las jugadas de Adriano, Cuenca y Alves merecieron la mejor respuesta de Messi, que remató estupendamente de primera, muy centrado y efectivo, especialmente lúcido. El encuentro se puso tan estupendo para el Barcelona que hasta Cuenca y Adriano se asociaron en el 4-0, firmado por el delantero catalán, cuya definición fue muy elogiada por el regate al portero. Asegurada la victoria, los azulgrana pasaron a defender con una línea de cuatro, presidida por Piqué, y atacaron como les dio la gana, siempre superiores a la zaga de Caparrós.
Hasta Deulofeu, un niño que se parece más a Neymar que a Messi, tuvo su momento de gloria en una jornada pintada para los extremos de la cantera y descanso de los mejores centrocampistas. Tocaba jugar por el exterior y no por el interior, nada de centrifugar el fútbol como una lavadora, mejor airear la cancha por fuera, atacar por las bandas y centrar para Messi. Y arribó sin parar el argentino hasta contar tres goles. Una delicia en una apacible noche diseñada para recuperar las mejores sensaciones. La guinda al juego de los laterales y los extremos la puso un golazo de Alves, el quinto, el dígito mágico del Barça.
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