Jugar, se juega; la autoridad no se discute
RAMON BESA – EL PAÍS
Al Madrid no le vale saber gestionar mejor los partidos que median de clásico a clásico, nada nuevo por otra parte, sino que necesita batirse con el Barcelona para chequear su salud, reivindicar su disposición a recuperar el trono, confirmar que está en camino de revertir el estado actual de las cosas. Al Barça, ya ganador de las Supercopas, le aguarda la próxima semana el Mundial, de manera que ahora mismo todavía vive del juego, más que de las rentas, y puede relativizar su paso por Chamartín, sea cual sea el marcador. Más que una cuestión de acomodamiento o de actitud, responde a un exceso de confianza o de seguridad. No responde hasta que se cuestiona su jerarquía futbolística. Ocurrió la temporada pasada y volvió a pasar ayer en Madrid. Así se explica el gol que tomó Valdés nada más sacarse de centro: recularon medios y defensas hacia su campo hasta retrasar la pelota al portero, que la pifió tanto en la cesión como Piqué, incapaz de tirar la línea del fuera de juego y leer la jugada, poco atento. Al Madrid le había alcanzado con la presión de sus delanteros y la determinación colectiva para ganarse un gol sin necesidad de armar la jugada. El clásico quedaba que ni pintado para los muchachos de Mourinho, excelsos contragolpeadores.
El gol tuvo un efecto nocivo para el fútbol del Barcelona, que se abocó a un partido de ida y vuelta, como ya sucedió en Milán, pese a disponer de una alineación más ortodoxa: dos centrales clásicos, los tres pequeños en la medular y dos delanteros que mezclen a gusto de Messi. Hay pocos oficios más peligrosos en el mundo que el de ser socio de La Pulga. Villa compite con el recuerdo de Bojan, Ibrahimovic y Eto’o, una empresa complicada como se constató en Chamartín. El Guaje ha perdido la titularidad en beneficio del Niño Maravilla, un futbolista rápido y agresivo y también en racha goleadora. El bueno de Messi mira con buenos ojos a la bala de Alexis.
Marcó el chileno después de un monólogo estupendo del argentino. Messi no solo habilitó a Alexis en la jugada del empate, sino que antes desquició a Pepe, excesivo en sus patadas, y tiró del equipo sin desmayo. La Pulga convirtió el encuentro en una cuestión personal de la que salió gran vencedor. El equipo, sin embargo, se resintió del guion pautado por Messi, sobre todo porque Iniesta, a veces Xavi y también Cesc se quedaron demasiado rato fuera del partido.
A la que los interiores azulgrana se juntaron, nada más acabar el descanso, cayó el segundo gol del Barcelona y poco después el tercero. Los protagonistas fueron Xavi, Iniesta, Cesc, Alves y Messi, los que le dan personalidad y avalan también la renovación emprendida por Guardiola. No fue casualidad que marcaran Alexis y Cesc ni que a la generación de 1987, la que forman Piqué, Messi y Cesc, se le conociera como Los Ansias. Los azulgrana se reinventan cada año mientras el Madrid no para de dar vueltas a una misma historia caducada. Alrededor de Iniesta, el Barça fue de nuevo más reconocible que nunca, para desespero del Madrid, al que le sobró el partido después del tanto de Benzema. El juego de asociación azulgrana contrastó con el surtido de patadas de los madridistas, partidos, abandonados por Cristiano, superado de nuevo por la cita.
El ensimismamiento inicial azulgrana se convirtió al final en valentía. El Barça ganó todos los partidos, individuales y colectivos, hasta el de Alves sobre Marcelo, además del de Messi con Cristiano o el de Guardiola con Mourinho. Al madridismo le queda ahora el único consuelo de que su equipo puede ganar la Liga después de perder con el Barça. La autoridad barcelonista está por encima de cualquier marcador, incluso ganando por 1-3. A mayor desafío, mejor respuesta.
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