Tiempo de pasión
Martí Perarnau
Martí Perarnau
El sorteo de cuartos de final de Champions ha desatado un fervor descomunal por analizar el calendario. Pero el calendario, en realidad, no ha cambiado. Estaba ahí desde hace mucho tiempo; tanto tiempo, que parecía un convidado de piedra, salvo para quienes manejan la planificación de los equipos, que conocen el haz y el envés de todas las fechas. El Barça, por ejemplo, no afronta ninguna situación sobrenatural, sino la misma que ha vivido en las recientes temporadas: su ya clásico menú de un partido cada tres días. Un ritmo que el vestuario de Guardiola ha asimilado con inteligencia emocional, transformando cada obstáculo en un trampolín.
Los calendarios apenas han cambiado en los últimos años: están compuestos por dos grandes bloques o ‘momentos’ separados por un intermedio. El primer bloque tiene lugar entre mediados de octubre y mediados de diciembre, meses en los que se atribuyen dos premios importantes: la clasificación para octavos de Champions (la auténtica Champions) y una primera jerarquía liguera, con el enfrentamiento de los principales equipos del campeonato entre sí. En este período no se ganan títulos, pero pueden perderse, caso de la competición europea. A continuación, indefectiblemente, llega el interludio invernal. No hay parón, como en la Bundesliga, pero sí hibernación: el fútbol se congela. Equipos como el Barça emplean esos dos meses largos en incrementar sus cargas de trabajo, manteniendo el pulso en la Liga y usando el torneo de Copa para poner en forma a sus suplentes. Si los resultados acompañan, el balance a mediados de marzo muestra al equipo en lucha por las tres competiciones, con los titulares empezando a ponerse en forma y los suplentes, motivados y con ilusión por participar.
Y entonces llega el sprint final: prácticamente, dos meses al galope tendido. Abril y mayo sin aliento. Una final cada tres días. Sin apenas margen de error, ni posibilidad de enmendar el tropiezo, ni tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido. Un grupo con espíritu de comando, lanzado sin freno y a pecho descubierto. Posiblemente, este sea el período que más ansían los futbolistas. El momento en que más disfrutan. Mientras el aficionado contiene el aliento, sobrecogido por un hipotético triple triunfo o el temor a las derrotas, los jugadores lo sueltan, liberados de demonios y fantasmas, agarrando la oportunidad histórica que el calendario vuelve a regalarles: dos meses de competición frenética y sin arneses de seguridad. Ahora no es tiempo de embelesarse con el calendario, sino de comérselo a mordiscos. Tiempo para gente valiente, atrevida, inteligente; hábil en lo emocional y contundente en lo futbolístico. En estos momentos, toda excusa ha caducado.
Los calendarios apenas han cambiado en los últimos años: están compuestos por dos grandes bloques o ‘momentos’ separados por un intermedio. El primer bloque tiene lugar entre mediados de octubre y mediados de diciembre, meses en los que se atribuyen dos premios importantes: la clasificación para octavos de Champions (la auténtica Champions) y una primera jerarquía liguera, con el enfrentamiento de los principales equipos del campeonato entre sí. En este período no se ganan títulos, pero pueden perderse, caso de la competición europea. A continuación, indefectiblemente, llega el interludio invernal. No hay parón, como en la Bundesliga, pero sí hibernación: el fútbol se congela. Equipos como el Barça emplean esos dos meses largos en incrementar sus cargas de trabajo, manteniendo el pulso en la Liga y usando el torneo de Copa para poner en forma a sus suplentes. Si los resultados acompañan, el balance a mediados de marzo muestra al equipo en lucha por las tres competiciones, con los titulares empezando a ponerse en forma y los suplentes, motivados y con ilusión por participar.
Y entonces llega el sprint final: prácticamente, dos meses al galope tendido. Abril y mayo sin aliento. Una final cada tres días. Sin apenas margen de error, ni posibilidad de enmendar el tropiezo, ni tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido. Un grupo con espíritu de comando, lanzado sin freno y a pecho descubierto. Posiblemente, este sea el período que más ansían los futbolistas. El momento en que más disfrutan. Mientras el aficionado contiene el aliento, sobrecogido por un hipotético triple triunfo o el temor a las derrotas, los jugadores lo sueltan, liberados de demonios y fantasmas, agarrando la oportunidad histórica que el calendario vuelve a regalarles: dos meses de competición frenética y sin arneses de seguridad. Ahora no es tiempo de embelesarse con el calendario, sino de comérselo a mordiscos. Tiempo para gente valiente, atrevida, inteligente; hábil en lo emocional y contundente en lo futbolístico. En estos momentos, toda excusa ha caducado.
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