El rey de la pelopina
Martí Perarnau
En un momento dado, el Camp Nou abuchea a Xavi. No es un abucheo multitudinario, pero sí suficientemente elocuente como para que se entienda el mensaje de rechazo. Los periodistas nos cebamos en Xavi y Laporta entabla conversaciones para el traspaso del jugador. Se le acusa de marear demasiado el balón, sobarlo en exceso, moverlo en horizontal y buscar la imposible hipnotización del rival. En realidad, algo muy parecido a lo que sigue haciendo ahora, en cada partido, pero que en aquella época estaba mal visto. Xavi fue elegido como saco de todos los golpes: la inmensa desfachatez de Deco, la superlativa pereza de Ronaldinho, el monstruoso ego de Eto’o, la ‘nonchalance’ perversa de Henry, el desestimiento flagrante de Rijkaard… casi todo ello parecía secundario en comparación con “lo” de Xavi. Dado que es feo citar a otros, me citaré a mí mismo, autor de las siguientes frases en enero de 2008, en este mismo periódico: “Señor Xavi: Sus compañeros no se desmarcan, de acuerdo, pero usted ha permitido que le conviertan en un jugador de balonmano. El caracoleo es su acción preferida y, de tanto darse la vuelta sobre sí mismo, este equipo anda mareado”.
Seis meses más tarde, el mismo Xavi era universalmente valorado como mejor jugador de la triunfal Eurocopa. ¿Qué había ocurrido? En primer lugar, sucedió que Frank Rijkaard tomó una decisión histórica en 2004 cuando modificó la tradición del ‘4’ del Barça. Hasta entonces había sido un mediocentro de creación (Milla, Guardiola, Xavi) y pasó a ser defensivo. Rijkaard probó con Motta, que se rompió los ligamentos el primer día de su nuevo rol. Le suplió con Edmilson, que sufrió la misma lesión, y prosiguió con Márquez hasta alcanzar la excelencia con Touré. A cambio, adelantó veinte metros a Xavi, que de mediocentro pasó a interior, de ‘4’ a ‘6’, de aguador a repartidor de caramelos. Yo no tenía razón en lo que escribí: el éxito de Xavi sí radicaba en sus compañeros. Cuando trabajaron juntos, Xavi tenía vías de pase para alimentar a un campeón. Cuando se encerraron en su indolencia autodestructiva, Xavi siguió encendiendo la misma luz, pero al fondo del pasillo no había nadie para recibir el balón.
Luis Aragonés comprendió bien el auténtico problema y confeccionó una selección de gente hambrienta, combativa y talentosa. En ese nuevo hábitat, Xavi halló de nuevo compañeros a quienes nutrir de asistencias. Y llegó el triunfo de la Eurocopa. Guardiola, excelente ladrón de ideas, advirtió que Rijkaard tenía razón, pero mucho más la tenía Luis Aragonés, por lo que Pep despidió sin contemplaciones a los perezosos y amplió los pasillos estratégicos de Xavi. A partir de ahí llegaron los títulos y la consagración universal del ‘rey de la pelopina’.
Martí Perarnau
En un momento dado, el Camp Nou abuchea a Xavi. No es un abucheo multitudinario, pero sí suficientemente elocuente como para que se entienda el mensaje de rechazo. Los periodistas nos cebamos en Xavi y Laporta entabla conversaciones para el traspaso del jugador. Se le acusa de marear demasiado el balón, sobarlo en exceso, moverlo en horizontal y buscar la imposible hipnotización del rival. En realidad, algo muy parecido a lo que sigue haciendo ahora, en cada partido, pero que en aquella época estaba mal visto. Xavi fue elegido como saco de todos los golpes: la inmensa desfachatez de Deco, la superlativa pereza de Ronaldinho, el monstruoso ego de Eto’o, la ‘nonchalance’ perversa de Henry, el desestimiento flagrante de Rijkaard… casi todo ello parecía secundario en comparación con “lo” de Xavi. Dado que es feo citar a otros, me citaré a mí mismo, autor de las siguientes frases en enero de 2008, en este mismo periódico: “Señor Xavi: Sus compañeros no se desmarcan, de acuerdo, pero usted ha permitido que le conviertan en un jugador de balonmano. El caracoleo es su acción preferida y, de tanto darse la vuelta sobre sí mismo, este equipo anda mareado”.
Seis meses más tarde, el mismo Xavi era universalmente valorado como mejor jugador de la triunfal Eurocopa. ¿Qué había ocurrido? En primer lugar, sucedió que Frank Rijkaard tomó una decisión histórica en 2004 cuando modificó la tradición del ‘4’ del Barça. Hasta entonces había sido un mediocentro de creación (Milla, Guardiola, Xavi) y pasó a ser defensivo. Rijkaard probó con Motta, que se rompió los ligamentos el primer día de su nuevo rol. Le suplió con Edmilson, que sufrió la misma lesión, y prosiguió con Márquez hasta alcanzar la excelencia con Touré. A cambio, adelantó veinte metros a Xavi, que de mediocentro pasó a interior, de ‘4’ a ‘6’, de aguador a repartidor de caramelos. Yo no tenía razón en lo que escribí: el éxito de Xavi sí radicaba en sus compañeros. Cuando trabajaron juntos, Xavi tenía vías de pase para alimentar a un campeón. Cuando se encerraron en su indolencia autodestructiva, Xavi siguió encendiendo la misma luz, pero al fondo del pasillo no había nadie para recibir el balón.
Luis Aragonés comprendió bien el auténtico problema y confeccionó una selección de gente hambrienta, combativa y talentosa. En ese nuevo hábitat, Xavi halló de nuevo compañeros a quienes nutrir de asistencias. Y llegó el triunfo de la Eurocopa. Guardiola, excelente ladrón de ideas, advirtió que Rijkaard tenía razón, pero mucho más la tenía Luis Aragonés, por lo que Pep despidió sin contemplaciones a los perezosos y amplió los pasillos estratégicos de Xavi. A partir de ahí llegaron los títulos y la consagración universal del ‘rey de la pelopina’.
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